Detrás de la huelga colectiva de comerciantes en el Gran Bazar de Teherán, hay una crisis monetaria que ya ha salido de control. La tasa de cambio del mercado negro del rial iraní cayó a 1.400.000 por 1 dólar, en comparación con los 70 riales por dólar de los años 80, lo que representa una depreciación del 99,95% en 35 años. ¿Qué tan aterrador es este número? Tus ahorros en unos pocos décadas prácticamente han desaparecido.

El gobernador del banco central, Mohammad Reza Farzin, decidió renunciar, en cierto modo asumiendo la responsabilidad por esta pérdida financiera. Pero el problema va mucho más allá. Desde que estalló el conflicto regional en junio de 2025, la moneda iraní ha perdido un 40% de su valor acumulado. La fuga de capitales se ha intensificado, el mercado de crédito se ha congelado y la economía enfrenta un doble golpe.

Lo que es aún más grave es la crisis del propio sistema bancario. Los bancos estatales están en quiebra de facto, afectando directamente los depósitos de aproximadamente 42 millones de clientes. El banco central también identificó a otras 8 instituciones bancarias que enfrentan riesgos de disolución. Esto no es un evento aislado de una institución, sino una cadena de colapsos en todo el ecosistema financiero.

En este entorno, la población comienza a buscar alternativas. Las monedas físicas se han convertido en una herramienta tradicional de protección, pero lo que realmente llama la atención es el papel que están jugando los activos criptográficos, como refugio final. Cuando la confianza en el banco central se rompe y el sistema bancario falla, los activos descentralizados ofrecen cierta certeza. Sin embargo, esto también revela un problema fundamental: el riesgo de fractura en la infraestructura. La liquidez del mercado de criptomonedas, la seguridad de los exchanges y la estabilidad de la red, todo esto puede convertirse en nuevos cuellos de botella.

Las crisis financieras suelen repetirse en este ciclo. Cuando el sistema tradicional falla, las personas buscan alternativas; pero los riesgos de estas alternativas pueden generar nuevos problemas. La situación en Irán nos recuerda que la resiliencia financiera no solo requiere diversificación de activos, sino también una verdadera estabilidad en todo el ecosistema.