Para ser sincero, quienes han pasado por un ciclo completo de mercado alcista y bajista ahora reaccionan con una alarma casi automática en cuanto oyen palabras como «renta» o «productos financieros». Al fin y al cabo, ya han sufrido demasiadas pérdidas: todos esos proyectos que prometían a bombo y platillo una rentabilidad anual del 20%, 50% o incluso más exagerada, sin excepción acabaron apuntando la guadaña al capital principal.

La ley de hierro de este mercado es en realidad muy sencilla: cualquier protocolo que no pueda explicar claramente de dónde viene el dinero, en ocho de cada diez casos lo que en realidad quiere es lo poco que tienes en tu cartera. Después de ver tantos esquemas piramidales, ahora la primera reacción ante promesas de altos rendimientos no es lanzarse de cabeza, sino hacerse tres preguntas: ¿cuáles son los activos subyacentes?, ¿es sostenible la lógica de los beneficios?, ¿de dónde viene la liquidez?

Por eso, cuando me llamó la atención un nuevo protocolo de staking recientemente, lo primero que hice no fue fijarme en lo alto que era el APY, sino leer detenidamente lo que decía el whitepaper.